El panot de Barcelona, también conocido como «panot de flor» o «panot de la Rambla,» es un icónico elemento arquitectónico que adorna las aceras de la ciudad catalana. Este diseño único en forma de flor de cuatro pétalos tiene una profunda conexión con la historia y la identidad de Barcelona.
Su significado
La flor de cuatro pétalos simboliza la Cruz de San Jorge, el patrón de Cataluña. Este motivo no solo sirve como un elemento estético, sino que también cuenta una historia cultural arraigada en la identidad catalana. Además, el panot se convirtió en un símbolo de resistencia durante la Guerra Civil Española, cuando su presencia en las calles se interpretó como un acto de reafirmación de la identidad catalana frente a las adversidades.
La historia de su creación
La creación del panot de Barcelona se atribuye comúnmente a Josep Puig i Cadafalch, arquitecto reconocido por diseñar la Casa Amatller en el Paseo de Gràcia. Aunque elaboró una baldosa similar frente a dicha casa, la cual presenta la flor de almendro en referencia al apellido de la familia, no se puede confirmar con certeza al 100% que sea exactamente la misma imagen ni esté hecha del mismo material que el panot.
A comienzos del siglo XX, Barcelona era apodada como «Can Fanga» debido a la considerable acumulación de barro en las aceras.
Ante esta situación, la Comisión del Ensanche, encargada de ejecutar el Plan Cerdá, decidió aprobar la homogeneización de las aceras. El material elegido para esta transformación fue el cemento hidráulico, una opción económica, versátil y de producción local, que además permitía diseños personalizados. La burguesía catalana ya había estado utilizando este material con anterioridad.
En 1906 el Ayuntamiento lanzó un concurso público para la fabricación 10.000 metros cuadrados de losetas, junto con un muestrario de diseños, cuyo origen no se documentó.
Lo ganó la Casa Escofet, que se encargó de pavimentar las calles de Barcelona con el diseño del panot, convirtiéndose en uno de los símbolos más emblemáticos de la ciudad.
Hoy en día, el panot de Barcelona es más que un simple adorno urbano; es un testimonio visual de la rica historia, la cultura y la resistencia de la ciudad. Su presencia en las aceras sigue recordando a los habitantes y visitantes la conexión profunda que Barcelona tiene con su patrimonio y su identidad única.